por Arelis Uribe.
Creo en un territorio
cuyas fronteras imaginarias
sean lo concreto del mar y la montaña.
Un territorio
libre de imperios enormes
que secuestran nuestra vida pequeña.
Donde nuestra única posesión
sean nuestras manos, nuestras ideas.
Creo en un territorio
donde nos agrupemos
de lo particular a lo general.
Un territorio
donde lo público signifique encuentro
hospital, plaza, escuela o cementerio.
Creo en un territorio
cuyos carnavales
nos obliguen a mezclarnos
y mirarnos en la calle
los rostros de greda.
Un territorio
donde niños y niñas
crezcan con adultos
que les amen y les respeten
tanto como los niños y niñas
aman y respetan a los adultos.
Creo en un territorio
donde disfrutemos en común
lo que trabajamos en común.
Un territorio
donde el cuidado y el afecto
no sea una característica avergonzante
sino el motor más ardiente de nuestra riqueza.
Un territorio
sin ejército, sin armas, sin guerra.
Creo en un territorio
donde la herencia familiar
no beneficie ni mutile por defecto.
Un territorio
donde Iquique, Ñuñoa o Curanilahue
sean lo mismo, sin clasismo imperfecto.
Donde la tierra sea para quien la trabaja
y donde los que tienen más
paguen más, hasta equilibrar la balanza.
Creo en un territorio
donde el binarismo hombre y mujer
sea solo un prisma
y cada cual construya su ser
en una mezcla caleidoscópica inexplicable.
Un territorio
donde los hombres,
mis amigos, mis amantes,
no sean mis dueños
y no puedan matarme.
Creo en un territorio
donde mi piel morena
no valga menos
que tu piel blanca.
Un territorio
donde nuestro arcoíris de piel
se escriba en libros
se cante en cantos
se actúe en obras
se filme en films
se pinte en pinturas
se baile en bailes
se coree en coros
hasta el final de la fiesta.
Un territorio
lleno de flores
de ríos
de peces
de frutas
de árboles
cuyo fuego no tenga cerco.
Un territorio
que me habite:
un hogar.
También tuyo
de él, de ella
de nosotros, de nosotras
donde no tenga miedo de la noche
ni del hambre, ni de la enfermedad, ni del frío.
Creo en un territorio
donde nos demos la mano
y miremos al cielo y al mar y a la montaña celeste
y gritemos nuestros nombres
y podamos vivir
vivir
vivir
vivir
con alegría
hasta el último de nuestros días
cuando nos reunamos
con nuestros muertos.
Arelis Uribe, periodista y escritora